El Arcoíris
Los enanos de la selva habían sorprendido a Yobuenahuaboshka en una emboscada y le habían cortado la cabeza.
A los tumbos, la cabeza regresó a la región de los Cashinahua.
Aunque había aprendido a brincar y balancearse con gracia, nadie quería una cabeza sin cuerpo.
- Madre, hermanos míos, paisanos - se lamentaba- ¿Por qué me rechazan?¿Por qué se avergüenzan de mi?
Para acabar con aquella letanía y sacarse de encima la cabeza, la madre le propuso que se transformara en algo, pero la cabeza se negaba a convertirse en lo que ya existía. La cabeza pensó, soñó, inventó. La luna no existía. El arcoíris no existía.
Pidió siete ovillos de hilo, de todos los colores.
Tomó puntería y lanzó los ovillos al cielo, uno tras otro. Los ovillos quedaron enganchados más allá de las nubes; se desenrollaron los hilos, suavemente, hacia la tierra.
Antes de subir, la cabeza advirtió:
- Quien no me reconozca será castigado. Cuando me vean allá arriba, digan: "¡Allá está el alto y hermoso Yobuenahuaboshka!"
Entonces, trenzó los siete hilos que colgaban y trepó por la cuerda hacia el cielo.
Esa noche, un blanco tajo apareció por primera vez entre las estrellas.
A la mañana siguiente, resplandeció en el cielo las cintas de los siete colores.
Un hombre la señaló con el dedo:
- ¡Miren, miren! ¡Qué Increible!
Dijo eso y cayó.
Y esa fue la primera vez que alguien murió.
A los tumbos, la cabeza regresó a la región de los Cashinahua.
Aunque había aprendido a brincar y balancearse con gracia, nadie quería una cabeza sin cuerpo.
- Madre, hermanos míos, paisanos - se lamentaba- ¿Por qué me rechazan?¿Por qué se avergüenzan de mi?
Para acabar con aquella letanía y sacarse de encima la cabeza, la madre le propuso que se transformara en algo, pero la cabeza se negaba a convertirse en lo que ya existía. La cabeza pensó, soñó, inventó. La luna no existía. El arcoíris no existía.
Pidió siete ovillos de hilo, de todos los colores.
Tomó puntería y lanzó los ovillos al cielo, uno tras otro. Los ovillos quedaron enganchados más allá de las nubes; se desenrollaron los hilos, suavemente, hacia la tierra.
Antes de subir, la cabeza advirtió:
- Quien no me reconozca será castigado. Cuando me vean allá arriba, digan: "¡Allá está el alto y hermoso Yobuenahuaboshka!"
Entonces, trenzó los siete hilos que colgaban y trepó por la cuerda hacia el cielo.
Esa noche, un blanco tajo apareció por primera vez entre las estrellas.
A la mañana siguiente, resplandeció en el cielo las cintas de los siete colores.
Un hombre la señaló con el dedo:
- ¡Miren, miren! ¡Qué Increible!
Dijo eso y cayó.
Y esa fue la primera vez que alguien murió.
Eduardo Galeano sobre un antiguo mito de los indios Cashinahua, en "Memoria del fuego. Los nacimientos", Ed SigloXXI